junio 16, 2006

Fly Away from here, cuento

Me bajo del taxi con una lentitud excesiva, quizás demasiado. NO me importa que sea tarde y que corro el riesgo de no encontrar pasaje o de que el tren ya se haya marchado.
Pienso que debería importarme: Nadie me ha obligado a esto. Lo he decidido solo, sin escuchar consejos. Si, debería importarme. Pero nada. Nada que me haga apurarme o que lo evite. De pronto me gustaría que hubiera un factor que me hiciera abortar la idea del viaje y enfrentar todo aquí mismo.
Como era de esperarse, la boletería se encuentra llena. Gente, eso es lo que más sobra. Gente joven, gente vieja pero siempre gente. Veo el lugar y pienso que aquí hay algunos que deben estar cambiándose definitivamente de ciudad por la cantidad de maletas y bolsos que llevan. Me hacen pensar en mi madre y en la cantidad de equipaje con el que vuelve de sus viajes de Miami, colecciones de maletas tan grandes que de seguro han traído el avión ladeado, nada que ver como cuando se va, apenas con un bolso de mano.
Llego por fin a la boletería. El tipo de la caseta parece cansado detrás de las gafas que cubren su cara.
- Un pasaje a Pichilemu- le indico, el hombre lo corta y se paga con la master card dorada, regalo perpetuo del tío Javier.
Recibo el boleto y leo “ Clase económica”. A pesar de mi polera Dolce y Gabana Debo verme muy mal. Debí hacerle caso a mi madre y no haber salido la noche anterior, aunque la jarana estuvo increíble.
- Primera clase- le digo devolviéndole el pasaje.
- Este es un viaje económico, no hay primera clase.
Suspiro resignado y entro en el anden de la estación, pensando que tal vez debí haberme ido en bus, como aconsejó tío Javier, pero bueno, había bastado con que el lo dijera para que yo decidiera hacer todo lo contrario.
Por un momento miro todas las personas que suben al tren. Mujeres gordas que llevan como una docena de cabros chicos que gritan y que tratan de escaparse de sus manos apresadoras. Hombres vestidos con trajes de casimir con maletines sintéticos en sus manos, dándose la misma importancia que si cargaran un verdadero Louis Voutton. Más allá distingo un grupo de jóvenes de mi edad, fuman y ríen a todo pulmón, del tipo de universitarios que viajan con la plata justa para pasarla mortal. De esos que se consiguen una casa, duermen apelotonados, no tienen ni para arroz con huevo pero a los que el vino y los gûiros no les faltan.
Subo a uno de los carros. Casi todos los asientos están llenos. Miro por sobre los hombros de los que están allí. En el fondo, un lugar vacío. Me siento allí. Sólo hay una mujer. Coloco la mochila sobre la rejilla que hay sobre mi cabeza y me siento frente a ella. Miro por la ventanilla, afuera continua el mismo barullo de niños, gordas y universitarios. Me acomodo en mi asiento y pienso que debí haber sacado mi Mp4 antes de haber subido la mochila. Me doy cuenta de que la mujer enfrente mío me mira muy interesada. Le devuelvo la mirada lo más fija posible como hago siempre para engrupirme a las camboyanas en las discos de moda, a las que las dejan entrar solamente porque saben que muchas veces los solitarios necesitamos carne de cañón para ir a la pelea un rato. LA tipa en vez de desviar la vista me mira más firme. Quiere guerra.
No es muy joven, pero tampoco vieja y no es fea. Pienso que con un par de tequilas ya estaría dándole. Es del tipo que trabajan de recepcionistas en hoteles de barrio o vendedoras en algún mall. Pelo oxigenado, jeans gastados y zapatos de taco alto. Como las que le gustan a mi viejo. Si, bastante parecida a la Magaly, su última conquista y que no desecha oportunidad para tirarme los corridos. Claro que yo no sería capaz de faltarle al viejo. A él no. Nunca volvería a decepcionarlo como cuando me fui a vivir con mi mamá y el tío Javier después de la separación de ellos. Claro que el viejo es comprensivo y entendió que lo mejor para mí era esa casa en Santa María de manquehue y todo lo que eso significaba en vez de quedarme con él en su departamento de un ambiente en la plaza Chacabuco. Ahora también entendió lo de abandonar la universidad y lo de este viajecito a Pichilemu.
Me sonrío pensando en mi viejo. Tan bacán que es, único. Anoche se apareció en la casa, a pesar que hasta las nanas le ponen malas caras, las muy perras. Vino a despedirse, conversamos un rato y me dejo tres cosas que para él son muy importante darme: Plata para la billetera, consejos para mi mala cabeza y condones por si algo llega a caer.
El repentino vaivén me saca de mis pensamientos y me avisa que el tren ha comenzado su viaje. La rubia teñida me mira. Pienso que voy a hablarle y en una de esas ya tengo uso para uno de los regalos del viejo, al menos para mi primera noche en Pichilemu, antes de buscarme una de esas surfistas gringas que abundan en esta época. Le sonrío, ella hace lo mismo y abre la boca de un lado a otro, mostrando dos dientes de oro. Lata, nunca tan desesperado. Tiempo de buscar otro asiento. Ahora el carro está mucho más lleno que cuando subí, así que no va a ser fácil. La suerte me acompaña. Al otro lado del vagón diviso un par que nadie ha ocupado. Saco la mochila esquivando la mirada inquisitiva de la vietnamita, y me voy.
Paso entre los pasajeros fijándome con atención en ellos, En varios lugares hay mujeres que llevan niños en sus faldas. Niños pequeños que ignoran que cuando sean un poco más grandes esas mismas madres abandonaran las familias para casarse con hombres con plata y que nunca más tendrán tiempo de tomarlos así o para aconsejarlos cuando decidan abandonar todo e irse a tomar un tiempo para decidir que hacer con sus vidas.
Esta vez no olvido sacar mi mp4, lo enciendo, pongo el volumen a casi toda potencia, me siento, cierro los ojos y me dejo llevar por la música y mientras el loco del Tyler ese de Aerosmith me canta en los oídos, yo me imagino a la rica de su hija haciéndome masajes en el pecho. Justo cuando el masaje está llegando a un punto más bajo y más interesante, alguien me toca el hombro.
Abro los ojos y me encuentro de improviso con una chaqueta amarilla a cuadros, a una boina roja sobre una melena de color miel y a un par de ojos tan negros que me hacen pensar que sigo con los ojos cerrados. Me saco los audífonos
- ¿Quieres algo?.
- ¿ Algo?- Su voz no suena amigable para nada- Te he pedido tres veces que te muevas un poco para poder sentarme.
Me corro para dejarle espacio. Lata total. Tener que viajar con alguien al lado y más encima con esta que se ve perna heavy. La miro mientras ella coloca en la rejilla un bolso tan oscuro como sus ojos. Obvio que es de esas que leen a Paulo Coelho y a Brian Weiss para hacerse las intelectuales y que escuchan las canciones de Los Jaibas. Onda, alumna del Blas Cañas o del ex pedagógico. Es decir, medio comunista y medio momia, medio cuica y medio chula. Medio pelo total, como la de los dientes de oro, como la Magaly de mi viejo y como mi mismo viejo. Como yo antes de que me llevaran a la casa del tío Javier y me dieran este aire de príncipe azul de nueva generación.
Uno de los niños se pone a llorar casi al mismo tiempo que la perna se sienta a mi lado. Cierro los ojos. Escucho como su madre lo consuela. Intuyo que le hace cariño. Me duele. Debí haberme ido en bus, el tren me trae muchos recuerdos de otros viajes, de otro niño rubio, de otras lagrimas y de otros consuelos y caricias. De otras épocas cuando mi madre me llevaba a Pichilemu a visitar a papá cuando este trabajaba en la pensión que la abuela colocaba todos los veranos.
No quiero pensar en esto. Abro los ojos y me obligo a contar las pocas vacas que van apareciendo en el paisaje en cuanto salimos de Santiago. Me fijo en las personas del tren, algunos niños juegan y corren como si estuviéramos en fantasilandia, los universitarios han abierto la ventana y las primeras cervezas ya han hecho aparición. Se ríen. : Me fijo que la única que parece tan solitaria como yo es mi vecina de asiento que lee una revista en un idioma extranjero. Es alemán. Como presintiendo que la observo, deja la revista y me devuelve la mirada..
- Estos viajes largos me cargan- dice de pronto.
- Antes me gustaba viajar en tren, pero creo que ya no.
Antes de que yo pueda decir algo más o para regresar a contar vacas, ella comienza una conversación y de películas y música pasamos a su vida entera. Tengo que reconocer que escucho con atención, que su voz se nota interesante. Se llama Sol porque nació a fines de la época hippie de sus padres, que vive con ellos en un pueblo cerca de Pichilemu llamado Guadalao, el cual no tiene más de veinte casas y cien habitantes y que ni siquiera hay locomoción o agua potable. Que su padre murió pero que le dejó un poco de plata a cada hijo para que pudiera estudiar y que con eso y con una beca que consiguió estudia pedagogía en Alemán en la Católica. Que en Santiago vive en una pensión cerca de Bellavista, se ríe cuando le cuento que nunca he ido a Bellavista porque lo encuentro muy cuma, que más allá de San Damián o Suecia no carreteó.
Me entretengo con Sol. Me confieso. Le cuento porque deje la universidad después de dos años en Arquitectura. Le hablo de mi viejo, de mis historias turbias con una de las nanas de la casa y de mi fracaso en todos los pololeos que he tenido.
Hablamos de mis razones para ir a Pichilemu. Que quiero encontrarme a mi mismo, y que es un lugar especial para mí. De mi niñez, la pensión de la abuela y todo eso.
-Ósea que estás huyendo.
¿ Huyendo?.
LA palabra me busca, trata de atraparme. Me sigue. Me río y de esta manera la espanto.
- Si, huyes porque te da miedo aceptar que no eres realmente el típico niñito cuico que tu mamá y su esposo quieren que seas.
Ya no puedo escapar. La palabra me atrapa. Me aprisiona, oprimiéndome y cortándome la respiración.
- Crees que Pichilemu te devolverá tu vida de niño irresponsable y huyes para no ser como el esposo de tu madre y tener la vida de tu papá por lo mucho que quisieras ser como él, pero la vida nunca será igual para dos personas.
Me molesto. ¿ Qué puede saber ella? Luego un pequeño rayo que se cuela por mi estomago, me estremece, si, puede que tenga razón. Siento que la sangre se me ha helado.
Sol me mira, intuye mi molestia. Chao posibilidad de amistad.
Un movimiento brusco sacude el tren. Por primera vez noto que está oscureciendo, he pasado muchas horas hablando con Sol. Ella me mira, sabe que sus palabras causaron efecto. De pronto notó mi reflejo en la ventana del tren. La ropa, regalo del tío Javier se nota chocante con mi rostro, idéntico al de mi padre pero veinticinco años más joven. Me sonrío, en fondo no soy ni el uno ni el otro. Soy una mezcla de ellos, de mi madre y de cada persona que ha tocado mi vida. Soy solo yo.
- El tren atropelló a alguien- Explica uno de los inspectores- Estaremos detenidos hasta que venga carabineros y retire el cuerpo.
LA mitad de los pasajeros se baja a mirar. No es algo que me gustaría guardar entre mis recuerdos, así que rechazo la idea de seguirlos. De pronto reparó que Sol no está a mi lado. Busco su bolso y tampoco lo encuentro.
- Guadalao está como a una hora a pie- me dice el inspector cuando se lo pregunto.
Tomó mi mochila, bajo del tren y camino hacía el lado contrario en que está el muerto. LA noche está clara, no demoro mucho en ver la chaqueta amarilla a cuadros y la boina roja.
- Se puede saber que haces- dice cuando la alcanzo.
Por primera vez noto que en la oscuridad de sus ojos hay unos pequeños destellos de luz, como de estrellas fugaces.
- Santiago quedo atrás y Pichilemu se ve muy lejos. Y la dura es que no quiero ser ni lo uno ni lo otro. Quiero ser yo mismo y eso puedo serlo en cualquier lugar, incluso en un pueblo pequeño. ¿ te parece si me alojas un par de días o de semanas?
- Me parece.
Y empiezo a caminar a su lado. Luego vendrán nuevas decisiones. Por ahora Sólo quiero caminar. Luego ya se verá